Cuando el joven candidato de un partido hasta el momento desconocido resultó vencedor en las elecciones, la preocupación primera de sus compañeras y compañeros era la manía que tenia de toquetearse la boca, cuando no la utilizaba para hablar.
Escribiendo su próximo discurso, dibujando algún esquema, o simplemente navegando por la red en el ordenador portátil, poco a poco, una de sus manos ascendía en subrepticia escalada hacia su cara. Poco después, un dedo furtivo se apoyaba en su labio inferior. Tanteaba un diente. Al poco otro dedo acudía para rodearlo. Entre los dos dedos lo sopesaban, lo cimbreaban unos instantes, pero sin excepción, al rato, los dedos se adentraban en la boca. Hacia las profundidades del paladar, siendo absorbidos y succionados con el ansia de un recién nacido sin chupete.
Lejos de detenerse ahí, si el futuro presidente del gobierno continuaba abstraído, poco a poco, más dedos iban introduciéndose en su boca, siendo baboseados hasta el reblandecimiento, entre la chapoteante saliva. Toda la mano se precipitaba al húmedo y caliente interior, y la respiración del futuro presidente se tornaba dificultosa, momento en el que un respigo lo traía de vuelta a la realidad y se extraía la mano ensalivada de la boca con un sonido de reflujo a la par que bañaba los alrededores de sus partículas líquidas.
Como no era esta una peculiaridad que le reportara beneficios en su carrera política, ni a él ni a su partido, y pudiera ser utilizada por la oposición para socavar sus políticas, sus consultores se turnaban para hacer guardia a sus espaldas, y en cuanto su mano emprendía movimiento ascendente hacia la boca, con disimulo la hacían descender de nuevo.
La noche de la toma de posesión del cargo, el nerviosismo del futuro presidente lo volvía especialmente propenso a caer en su defecto, así que sus consultores de guardia estuvieron especialmente atentos, lo que contribuyó a que el nerviosismo del futuro presidente aumentara. Finalmente, entre una y otra intervención en el parlamento y medios de comunicación, se excusó para retirarse unos momentos al lavabo y disponer de unos instantes consigo mismo.
Encerrado en el lavabo, a solas, procedió a calmarse realizando una serie de respiraciones profundas, pero no cometieron su cometido, y no advirtió calma alguna hasta que su lengua no saboreó un par de dedos, que ye revoloteaban por la boca. Con un suspiro de éxtasis, más y más dedos fueron adentrándose en su interior, deformando ambas mejillas para ganar espacio. Llegó más profundo que nunca, evitando las arcadas producidas por las maniobras digitales sin ceder a la angustia, cuando la punta de sus dedos rozaron un elemento que jamás había logrado alcanzar; un apéndice suave y caliente, perdido en las profundidades de su tráquea, para nada similar a los comunes paluegos que solía encontrar en sus dientes y muelas después de las comidas.
Con esfuerzo, lágrimas y mocos derramándose barbilla abajo, logró atrapar esa protuberancia esquiva y proceder a tirar de ella hacia el exterior, maniobra que le producía una doloroso placer, similar al de juguetear con la lengua con una muela cariada. No advirtió las insistentes llamadas a la puerta, atareado en extraer del fondo de su garganta el extraño elemento pulposo y palpitante.
Poco a poco fue ganando milímetros en un maniobra que demandaba toda su atención y esfuerzo, con los ojos cerrados imaginaba ser un esforzado pescador que gana un pesado pez, un leviatán de las profundidades. El extraño elemento se revelaba más grande de lo que había pensado en un principio y su afanado trabajo no le permitió advertir que se orinaba encima o que abrían con violencia la puerta del lavabo.
Como una serpiente boa regurgitando su presa, agotando todo el aire de sus pulmones, aferró y tiró en un último esfuerzo sobrehumano que lo postró de rodillas. Contempló, al borde del desmayo, que lo que sostenía en su mano, fuera de su descoyuntada mandíbula, era un dedo. Un dedo continuado de su propia mano, aún encajada en el interior de su dolorida boca. Le pitaban los oídos y no escuchaba los gritos mientras tiraba espasmódicamente de esa mano, e iban surgiendo de sus entrañas un brazo, una cabeza, un cuerpo, un ser humano entero.
Antes de perder la consciencia, notó un calor artificial que le recorría el cuerpo, sus ojos permanecían fijos, bajo el potente foco de las cámaras de televisión que lo enfocaban desde el dintel de la puerta del lavabo sin atreverse a entrar, mientras el observaba el cuerpo de su gemelo tumbado a su lado.
A la mañana siguiente, todos los diarios llevaban en portada la misma noticia: “El presidente se divide por mitosis”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario