No suele ser recomendable salir desnudo a la intemperie. Tanto de forma emocional como carnal, parece que desnudez es sinónimo de vulnerabilidad.
Incluso en un mundo virtual, hace falta encarnar un cuerpo. En la
mitología hindú, los poderosos dioses habían de encarnar una forma
humanoide para poder interactuar con la humanidad. Nuestros limitados
sentidos no podían percibir la grandeza divina sin volvernos locos, por
lo que se puede decir que ajustaban su nivel de claridad,
treshold-umbral, brillo... para que no nos cegara su superioridad
inconmensurable.
En nuestro empeño de perseguir la divinidad, y aunque nuestra luz aún no sea cegadora para el prójimo, adoptamos la costumbre de presentarnos al mundo virtual con un avatar... a veces imitando nuestra imagen y semejanza, otras fuera de toda lógica euclidiana
Entre ambas opciones, y siguiendo el consejo de Buda, acabo optando por el camino del medio. Así que eme aquí convertido en un sonriente simio miope, elegante pero informal, que viaja surcando la red sobre un libro abierto, cual alfombra mágica voladora, en el que poco a poco se escriben las páginas que conforman este Diario de Misión.
Completan el avatar dos icosaedros, portentosos símbolos de azar y aventura por su uso en juegos de rol como dados de 20 caras. Y así quedo listo para mostrar una cara a la que sonreír desde el otro lado de la ventana retro iluminada que tengan frente a su cara.
Y por supuesto, nada de incómodo calzado. Unos calcetines y a disfrutar del viaje. Si gustan, sobre el libro hay espacio, pueden acompañarme.
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